La suerte de haberme agarrado fuerte a una palabra

Cuando era pequeña escribía cuentos. A ver, supongo que serían cuentos muy básicos, muy cutres, pero yo los escribía, los pintaba, los pegaba con celo y se los regalaba a mis padres. Entiendo que ellos los recibían como el resto de cosas que traía del cole y los metían en esa misma caja sin fondo a la que iban a parar el cenicero con churros de barro, el collar de macarrones, el recipiente de sal pintada con tiza. Al cabo de un tiempo -no demasiado tiempo- mi madre lo tiró todo en una de esas limpiezas de exterminio y no quedó rastro de ninguna de aquellas historias.

Ni si quiera recuerdo sobre qué escribía.

Mis padres metían todo en la misma caja pero había algo muy importante que diferenciaba el cuento del cenicero de barro: los cuentos los escribía en casa, sola, sin nadie que me mandase escribirlos.

Me gustaba escribirlos porque me ayudaba escribirlos. Y así sigo. Estudié periodismo pero en realidad quería ser terapeuta o psicóloga o arregladora; no me interesaba la actualidad, a mi lo que me gustaba era intentar arreglar las historias de la gente. Como si colocando un adjetivo aquí y una exclamación allá, pudiese hacer desaparecer sus problemas (y ya de paso, también los míos). Las historias me interesaban en realidad porque me ayudaban a entenderlo todo. Como la científica que mira a través del microscopio, a mi las palabras me acercaban al ADN esencial de la experiencia propia y ajena. Imaginaos, vivir para contarlo.

Siento un agradecimiento profundo hacia las palabras y el ritmo con el que bailan entre las frases; amo los párrafos que contienen de punto a punta el Universo entero, con sus galaxias, sus estrellas, sus agujeros negros. Agradeceré toda la vida a los textos su capacidad para terminarse. Con ellos he sido capaz de dejar salir, soltar, cerrar, seguir.

No sé donde estaría ahora si, frente al borde del precipicio, no me hubiera cogido fuerte la mano una palabra. Por eso solo se me ocurre desearle a todo el mundo que no se olvide nunca de las que serán toda la vida sus mejores amigas: tú y tus palabras.

 

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