Ser feliz es acompañarte saltando peldaños

Si me dejas, es un paseo el contarte lo que te quise. Para los 30 me dejo lo de explicarte lo que te quiero. Ya sabes, desde el bus fue siempre en ninguna parte.

Algunas cosas son fáciles, ya las hemos hablado. No lo esperábamos, estábamos allí –sin saberlo- por la ciencia infusa de algún astro. Quizás fueron los pájaros, y no las piedras, las que hicieron que la cerveza no rimase con tristeza y aquel otro día acabáramos viendo caer la tarde y bebiendo la vida a medias.

Luego llegaron los días de vivir en compañía. Las fotos, las caras, los cereales. Tocaron los trailers. Las ganas de soplar todas las velas con la nevera medio vacía y aquella, nuestra calma, siempre llena.  Si me pongo a pensar en el Templo, fuimos reinas de domingos sin penas. Los paseos, los secretos, las resacas en el metro.

Las noches sin vela con Benedetti tegiendo estrategias.

Y que decir de las veces que me escribes. Son pocos los lugares donde dos frases sin coma dejaron tantos puntos suspendidos. ¿Recuerdas, allí en el zulo? Cuando la vida era una bombilla de 90, una tele sin mando, una cocina sin cazo. Nunca había sido tan feliz sin luz y en 20 metros cuadrados.

Es curioso, “opinamos igual sobre asuntos de los que pensamos lo mismo”. Y aunque tu no lo sepas contigo aprendí el presente en plural del verbo estar. Sí, lo que oyes. Dejamos los egos con lunares y nos pusimos por fin a ser con el baile.

¿Te he contado alguna vez que también corrimos museos? Nos disfrazamos entre la hierba, saltamos, en el cine encontramos poemas.

Y también lloramos. Contigo estaba cuando la tristeza se echó por la borda de los gestos en vano.

 Ser feliz es acompañarte saltando peldaños. Saber que soy yo cuando fuimos aquel día de ya hace algunos veranos. Pensar que la vida ya no existe sin aquel lenguaje que un día inventamos, quizás sin saber que lo de menos fue no haberte encontrado hace años.

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