El confuso olor a cuero del efecto mariposa

En su Gramática de la fantasía, Gianni Rodari denomina «binomio fantástico» a la técnica por la cual, de dos palabras elegidas al azar y que nada tengan que ver, siempre saldrá una historia.

Abrí el diccionario y salió «cuero». Pregunté a Aran  y le llegó «mariposa». Recordé entonces eso que dicen de que «el simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo o el rumbo de una vida». Efecto mariposa, lo llaman, y de ahí surgió la historia.

A Juan la vida le rozaba de lado, se escurría de paso en su taller. Sin querer, sin buscarlo demasiado, las horas seguían sin prisa y el lunes llegaba al domingo de seguido, como si la semana apenas fuera redonda y los días puntos separados por dos agujas de reloj. Porque Juan tenía un reloj sobre la mesa, uno en la pared y otro sobre la puerta de la entrada. Tres relojes que apenas miraba. Juan se pasaba las horas haciendo mochilas de cuero, carteras, billeteras. Envolvía cuadernos, entrenzaba pulseras, ideaba fruteros, anillos, cordones, pendientes, sombreros. Cuerdas. En su vida Juan había aprendido que un todo y la nada podían reducirse al olor del cuero nuevo.
 


Como cada día Juan se despertó sin previo aviso, sin alarmas. Sin tiempo para pensarlo demasiado. Café, la cuchara, todo sin mucho azúcar y apenas un poco de agua sobre la cara. Juan miraba por la ventana mientras soplaba el humo templado que salía de la taza. Aquello no era algo fortuito o casual, en Juan el humo y los soplidos no eran más que el puro fruto de la costumbre asimilida.
 


Esa mañana, sin embargo, Juan había percibido gestos que no conocía. Un ligero dolor de cabeza, un pesar sobre los hombros que nada tenía que ver con la ligereza con la que acostumbrar a levantarse todas las mañanas. En contraste con aquel peso, en un punto de su pecho Juan sentía a esas horas un vacío profundo donde intuía el ruido penetrante del eco. Estaba desconcertado. Se suponía que hacia tiempo que todos esos detalles sin importancia estaban controlados. Lo había decido aquel día cuando al cerrar la puerta del taxi concluyó que la vida sería un punto y aparte. Todo sobre la mesa, nadie esperando en la casa, nadie aguardándole fuera. Juan sabía que en aquel taxi, además de propina, había dejado el contacto con cualquier intención cercana a un ser humano. Ya nada valía, ni peros con ganas, ni olvidos, ni fuera rencores, ni ilusión, ni esperanza. Lo había decidido y aquella decisión iba a ser tan firme como el portazo o el sonido metálico de aquel motor al marcharse.
 


Pero esa mañana la falta de control interior le empezaba a tambalear sus planes. Le faltaba el aire. Juan bajo las escaleras mucho más deprisa de lo normal, abrió la puerta de la calle con muchas más ansias. Buscaba respirar. Pero el aire fresco de aquella montaña no le devolvió a Juan su rutina recetada. Apresuradamente se dirigió al taller. El olor a cuero -sí, pensó-  el olor a cuero le devolvería a la normalidad. Respiró profundo pero deprisa, se pasó cerca de la nariz cada una de las piezas en las que llevaba trabajando aquellos años -que nunca habían sido suyos. Las carteras, los fruteros, los anillos, los cordones. Juan tiró fuerte de las cuerdas. Quería exprimir al máximo aquel familiar olor a cuero, lo único que sentía que podía mantenerle aferrado a ese ser casi inerte que era su vida.



Pero todo era angustia. Ya no sentía su propio mundo, las paredes se abrían, la montaña caía. Juan se vio entonces despojado de la burbuja en la que durante más de una década vivía sin vivir consigo. Trato de correr, volviendo una y otra vez al mismo sitio. Juan respiraba con más fuerza, el corazón le salía por las piernas. Su tez -siempre morena- empezaba a palidecer, tensión por los suelos, pulso sin ritmo…Juan empezaba a rozar el desvarío. 



Y de pronto ahí estaba: la mariposa, azotando sus alas. Juan decidió entonces cerrar la puerta, mirar al frente y, con voz algo más profunda que de costumbre, le dijo al taxista: vuelva de nuevo por el camino por el que hemos venido. En cuanto llegue a casa le pago los dos viajes que le debo.

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