En el interior de la caja de un violín se encuentra un poste sonoro al que también llaman alma. Si, también lo llaman alma. A las 19:15 horas del domingo pasado, el violín de mi amigo Ernesto sentía el flamenco en sus cuerdas -y en su alma- por primera vez sobre el escenario. Acostumbrado a tocar música clásica desde pequeño, Ernesto me contaba que tocar flamenco es como aprender un nuevo lenguaje, un código de expresión totalmente distinto y que donde a los flamencos les salía la espontaneidad musical -el duende, lo llaman- Ernesto se afanaba en colocar corcheas y semicorcheas sobre un pentagrama imaginario. Fue maravilloso, todas nos levantamos a aplaudir. A las 23:05 horas la sala estaba llena, allí estábamos todas, corcheas, semicorcheas, duendes y aplausos. Habíamos alucinado con el espectáculo: el alma se había salido del violín y el violinista, en el tablao.