Capacidades diferentes para ofrecer una nueva vida a los muebles

Desde hace un tiempo, e invitada por el siempre maravilloso Pepo Jimenez (@Kurioso), colaboro con el equipo editorial de Pienso, Luego Actúo, una plataforma en la que contamos historias de personas anónimas que un día decidieron crear proyectos con los que dar un giro a sus vidas y llamar a la acción.

Esta es una de las historias que he publicado en #PiensoLuegoActúo


Una persiana quería ser banco. Fue persiana gran parte de su vida, cubriendo una ventana del frío, salvando el hogar del calor del verano. Una mañana, mientras tiraban de la cuerda y ella se replegaba sobre sí misma, algo falló y, ¡pum!, la persiana se desencajó de la caja que la había sostenido durante más de 20 años. Iban a tirarla, pero a alguien se le ocurrió llevarla a uno de esos talleres para reciclar muebles viejos. Empezaba todo. Un nuevo comienzo para aquel banco al que toda la vida habían obligado a ser persiana.

Esta podría ser la historia de cualquiera de los muebles diseñados y producidos en L’estoc. Aquí los carpinteros tienen una capacidad especial para encontrar una nueva vida a los materiales que ya no la tienen. A cada mueble recuperado se le asigna un número: en ocho años ya llevan más de 1.400 nuevos comienzos, únicos e irrepetibles.

“En un principio trabajábamos con materiales muy clásicos, como bobinas y palés, materiales que ya estaban llegando a su período final de vida y que nosotros veíamos que tenían potencial a la hora de transformarlos en mesas o estanterías. Ahora estamos en una fase muy activa de descubrir nuevos materiales, como roble reciclado, o una madera que nos llegó desde Rumanía, donde la usan como aislante para las casas y que se está desaprovechando”, lo cuenta Jordi Mayals, socio y fundador.

Volver a valorar las distintas capacidades de las cosas: “¿Por qué alguien ha decidido que a estos materiales ya se les ha acabado su vida? El potencial de darle nueva vida realmente aporta algo muy potente: el hecho de que estemos transformando cosas a través de unos materiales que nadie quería”, añade Jordi.

Jordi en la tienda de L’estoc.Jordi en la tienda de L’estoc. SOMOS5

Ocurre con los materiales y ocurre con las personas. Muchas veces, existen capacidades que no se ven, que nunca se pusieron en valor, que alguien apartó a un lado. Esa es precisamente la otra pata del proyecto de L’estoc: aquí los muebles se llevan una nueva vida de la mano de personas con diversidad intelectual o, como explican ellos, “personas con capacidades diferentes”. Personas para las que no siempre fue fácil que el mundo entendiese sus capacidades.

Una historia de hermanos

Roger y Jordi están sentados juntos para la entrevista. Son hermanos, compañeros de viaje y socios en esta aventura de L’estoc. Nada más empezar a hablar de Jordi, Roger se emociona. Cualquiera que tenga hermanos puede entenderlo. Existe un trozo de experiencia vital o intimidad infantil, una especie de suerte de sociedad secreta, que solo y exclusivamente se comparte con un hermano o una hermana. Nadie más puede entrar ahí.

“Jordi y yo íbamos a la misma escuela: la Estel. Yo me sentía muy rechazado por mis compañeros. Tengo ese mal recuerdo, que muchas veces a la hora del patio estaba solo, me costaba muchísimo jugar con mis compañeros, por ejemplo al fútbol, al básquet o hacer cualquier actividad”, explica Roger.

En casa, todo era diferente. En la sede central de su sociedad secreta fraternal, Roger y Jordi jugaban a chutar pelotas de esparadrapo. “Yo tenía la sensación de que había mucho rechazo en su entorno y también tenía la sensación de que yo no estaba a la altura de lo que requería una relación con un hermano como Roger. Pero, ya siendo mayor, me he dado cuenta de que cuando nosotros salíamos de ese entorno, que muchas veces era hostil, Roger y yo lo disfrutábamos todo juntos”, cuenta Jordi.

Entender la realidad de las personas con capacidades diferentes

Cuando Jordi tenía 30 años, después de estudiar Ingeniería Agrícola y de trabajar en la gestión de residuos, un amigo de la infancia le invitó a colaborar como monitor en el Clariana, un centro de ocio para personas con discapacidad intelectual. Al cabo de unos años, las circunstancias le llevaron a ocupar la dirección del centro.

“Allí se disparó algo. Realmente pienso que esa fue la manera más intensa y más potente de afrontar la realidad que yo tenía con el mundo de las personas con discapacidad intelectual. Yo sólo había vivido la realidad de Roger y allí se me abrió como un mundo de conocer muchas realidades, de conocer a mucha gente, de también descubrir muchas oportunidades. Fue un proceso y es, y está siendo, un proceso muy intenso y que a mí, a nivel personal, me ha ayudado mucho”.

Aquel fue el impulso para “lanzarse a la piscina”, como explica él. Allí encontró la posibilidad de hacer coincidir en un mismo camino la que hasta ese momento había sido su experiencia en el sector medioambiental y su experiencia vital con su hermano y con las personas con capacidades diferentes. Allí nació realmente L’estoc.

Roger y Enrique trabajando en el taller.Roger y Enrique trabajando en el taller. SOMOS5

“Para mí el resultado de L’estoc es mucho mejor de lo que tenía previsto en un inicio. En el sentido del impacto que hemos conseguido, de transformar vidas, transformar materiales y transformar espacios. Es una cosa que ni en el mejor de mis sueños lo hubiese imaginado, la verdad”, explica Jordi.

Un trabajo adaptado a las capacidades de las personas

Vidas transformadas, como la de Enrique, otro de los socios y trabajadores de la cooperativa. “La directora de su escuela me contó que cuando era un chaval Enrique no hablaba. Tenía unas dificultades que le impedían expresarse bien y, supongo que por un entorno hostil, él decidió no comunicarse con nadie. Ya en la escuela hizo una evolución. Empezó a romper el hielo, poquito. Pero la verdad es que ha llegado aquí y el hecho de encontrar un entorno tan favorable a sus necesidades o que simplemente valoramos su forma de ser ha sido muy potente. Pienso que ahora está hablando todo lo que no habló durante toda esa época. Ha escrito un libro, ha escrito un blog… Lo importante para mí es que se expresa, que comparte y que a todos nos hace la vida un poco mejor”.

En el año 2017 había 1.860.600 personas en España con discapacidad en edad de trabajar, es decir, el 6,2% de la población total en edad laboral. Sin embargo, apenas 651.700 estaban trabajando. En el caso de las personas con discapacidad intelectual, como los trabajadores de L’estoc, la tasa de actividad se encuentra en el 31,2%, casi cuatro puntos por debajo de la media de empleo en el conjunto de discapacidades analizadas por el Instituto Nacional de Estadística.

Lo que no recogen las estadísticas es la frustración de todas esas personas que, deseando demostrar sus capacidades, no encuentran un empleo, no encajan en los que existen, no responden a unos criterios de selección estandarizados.

“Nosotros somos pocos trabajadores, una empresa pequeña, pero el impacto a nivel cualitativo es muy potente, porque es un tipo de trabajo que está adaptado a las capacidades de las personas con discapacidad intelectual. Normalmente son ellos los que se tienen que acostumbrar o se tienen que adaptar a los lugares de trabajo. Aquí buscamos lo contrario, tenemos un tipo de carpintería que encaja muy bien con ellos”, explica Jordi. “Es un trabajo más manual, más ordinario, frente a una carpintería automatizada, de grandes montajes, en la que sería muy difícil su inclusión”.

En L’estoc la filosofía es encontrar alternativas para recuperar la capacidad de volver a empezar.

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