Los dos fuimos siempre de levantarnos pronto y volver con la luna arriba, algo tarde. Sin prisas. También de dormirnos en el sofá y ver las películas por partes. Con eso y otras cosas del carácter, sabrás que nos parecemos además en la comisura que va por encima del labio, en esa especie de valle, justo en el ángulo recto en el que más arriba las cejas juegan a juntarse. También en la largura de los dedos que tú siempre dijiste “son de pianista” a pesar de que no tratamos nunca de convencernos. Nosotros, que no entendíamos nada de solfeo.
Hace un año empecé a contarte las cosas del tiempo. Echaba de menos tus gestos al hablarnos cuando, por teléfono, te pillaba siempre entre la línea del Manzanares o por Coruña en el puerto. Te echaba de menos como nunca supe echarte de más. Ya sabes, como dijo la canción, a pesar de los contratiempos.
Creía que aquel día algo iba a cambiar y hoy -que ya es sábado- exactamente igual me encuentro. El mismo sentimiento. El caso es que ya es pronto para parar y ¿sabes?, ahora es ella la que a veces me pide que le lea cuando tú no quieres –aunque insisto y al final te lo cuento. De algo habrá servido todo este intento.
También pienso que si sigo escribiendo y tratando de que me leas, algún día acabarás contándome lo que piensas cuando callado miras sin mirar al viento. Como cuando antes me contabas, mucho antes de todo este tiempo. Y me dirás también que es como cuando he querido saber más de la cuenta y sabrás que lo mismo me consuela el creer que cuando miras sin mirar en realidad no sufres sin pensar.
Porque si otra cosa he aprendido con todo esto es que de qué sirve darle vueltas si es mejor cuando siento que la vida, aún cuando jode de verdad, sigue siendo un cuento.
Por la risa que no pierdes. Por la risa que me ganas. Felicidades papi, otra vez es nuestro día.
Un bico gigante, puntitos!