Yo quería un cerezo por sus flores.
Consciente de mi avaricia con aquel sabor, el de la nada, me rendí ante sus encantos y el sonido de sus colores.
Quería un cerezo por sus flores y los siete días de vida que las corresponden.
Siete, no más, qué ironía.
Las siete vidas de un gato, los siete dioses de la semana, los siete samuráis de Kurosawa.
El cerezo floreció un lunes y sin saberlo el jueves, le había perdido ya la pista.
En perderte sin saberlo conoces de pronto la poca verdad del vaso a medio llenarse y la crudeza ínfima de la belleza efímera.
Otra vez, de nuevo, qué ironía.
Y hoy ya martes, con la belleza conocida, la fugacidad del agua al llenarse, la avaricia del número siete, el Dios del fin de semana, el gato y su despedida…sólo pienso en aquello de contarte: pon un cerezo en tu vida.