Media mañana en bucle infinito de vueltas por la casa.
El último mes, «la felicidad era aquello», me dijo un día aquel.
Por eso, a veces me pellizco.
Sin buscar ni tratando de hacer daño, me pellizco al sentir la parte que se escurre cuando piensas, sin mirar, en los años.
A veces me pellizco porque sueño que se para, que te quedas, no me marcho y ya nunca nos soltamos hastaluegos.
A veces me pellizco y llueve sin mojar en el Phom Phen con el que nunca había soñado.
Me pellizco y brilla más el sol allí en Inglaterra, encuentran sus zapatos los novios y la risa, que nunca estuvo lejos, está ahora mucho más cerca. Y soy feliz, estando contenta, sabiendo que nunca fue malo conocer profunda la tristeza.
Me pellizco y nos encontramos en otra cueva, más al sur, con algunos más años, algo más lejos del lugar en que nos perdimos los pasos.
Me pellizco porque siento que las cosas solo pasan cuando nada está cerca. Y me siguen dando miedo las abejas, sigue sin gustarme el huevo y el vaso de agua, por la noche, siempre en la mesa.
Pero sabes que hay veces (como ésta) en que la vida te pellizca y solo entonces adivinas que nunca -quizás siempre- quisiste estar más despierta.