Hay lugares que podrían ser de cualquier parte.
O estar en ningún lugar.
Las montañas.
A partir de cierta altura la sensación de estar se desvanece, el cielo está mas cerca y sientes menos fantasía en eso que dicen de tocar las nubes con los labios. Allá arriba de poco sirven los idiomas, las letras y el lenguaje se practica de otro modo. El sonido sordo de los ritmos.
Y aparecen los pasos.
Los hay mas lentos, mas fuertes, mas ligeros, con menos ruido y escandalosos. Pero lo que los hace diferentes es que en la montaña, a los pasos los hueles, los miras, los sientes. Y hablan, te cuentan , te escuchan y se lanzan mensajes con la respiración, que de pronto también aparece. Y juntos, al ritmo de ese viento que empatiza silbando -que apenas se acerca y te roza por los lados- es cuando empiezan a mezclarse con el sudor. El mismo, el que solo algunas muchas veces huele pero que a golpe de desodorante te enseñaron a olvidar que te pertenece.
Y llega ya fuerte el bom-bom bom-bom de los latidos.
Y estamos todos, allá en algún lugar que ya no se confunde con ninguna parte. Sigues con los pasos y los músculos empiezan a contarte aquel viejo chiste de los encuentros. Y te cuentan que hace tiempo que no disfrutábamos juntos del gusto agridulce del subir con mucho esfuerzo. Del dolor, ay! el dolor de las subidas cuando falta el aire. Del sol en la cara cuando el sol esta mas cerca, del viento en la espalda cuando vas en la dirección que buscabas. Pero hay mas, esta también el ruido del agua al tragar, el estremecimiento de construir -aunque solo sea una tienda de campaña. Comer la comida que has llevado a la espalda, el sonido de la cremallera que cierra el saco, los ojos abiertos por si acaso. El viento, la luna, las estrellas. El cielo en vivo y en directo, sin intermediarios.
Hay lugares que no son de ninguna parte y que sin embargo te llevan al unico sitio que alguna vez adivinaste.
Las sensaciones.