No sabía donde alcanzaba el horizonte. Intuía el principio, aquella gota. El agua que la vio nacer. La nube buscaba entre otras nubes sin saber hacia donde desviar sus rayos. Intentaba contenerse. Se los quitaban de las manos. Y de nuevo, perdía el rumbo allá en lo alto.
Una tarde de tormenta la nube se quedó sola, sola a medias. Allí estaba el girasol como ella, buscando. Trató de encontrar a su gota, ella que todo lo sabía, ella que hasta un día la vio llover. Ni rastro, ni humedad. Aquella gota había huido por manantiales tangenciales. Otro camino, otra vida.
La nube y el girasol. Ambos parados, una agua, otro calor. Ella y él, buscando.
Tuve la suerte de conocer a la nube de la historia en uno de los cuatromildoscientos viajes entre Madrid y el norte. En la foto, acabábamos de pasar Valladolid.