¿Recuerdas la cueva en que rozamos los recuerdos?

Con la punta de los dedos y seis casas de arena,
hablamos de la noche de los tiempos,
perdimos las vergüenzas,
supimos en las rocas volver con las respuestas.

Crecimos pequeñas después de hacernos grandes,
y, en verdad, tal vez fuera aquel instante
el punto exacto -el lugar- donde encontramos las verdades.

Con Sabina contamos uno a uno los besos,
los gestos,
las llaves del pasado.
Leímos al Profeta y, ¡ay madre!
¡cuanto quisimos a Ángel González!

Llegaron los abrazos, las ganas apretadas en un Clío,
la sal que siempre viaja en ventanilla,
los sueños enganchados en mochilas.

Y hablamos de las siete vidas –siete-
que se encienden cuando gritas,
de las olas que se rompen y terminan
en el humo que te envuelve cuando fumas.

¿Y te acuerdas de la brisa?

La llenamos en capazos made in China,
y asentada a mano izquierda de la risa,
la cargamos en botellas de dos litros.

Y bebimos.

Nos soplamos por encima de los años,
y las penas que quedaron con la duda,
en Nutella con tomate las ahogamos.

Y soñamos.

Nos supimos aprender sin adjetivos
el momento que es ahora y nunca luego;
el minuto punto cero que es la vida,
que te llega en este instante,
que se escurre y que se queda,
que se esfuma por la puerta cuando cierras,
que se aleja cuando puedes y no quieres
perseguir a la consciencia por la espalda.

“La prisa mata”, me dijo aquel primo hermano de una araña.

La prisa ahoga cuando avanzas
y te olvidas de buscarte entre las máscaras,
cuando quieres y te pierdes en mañanas
al más puro y nada oscuro objeto de silencio.

Tratando de entenderlo,
me olvidé qué había sido del tiempo.

Salpicando palabras recuerdo,
aprendí que la vida es camino y siempre con ella la búsqueda.
Preguntas qué fue del tiempo
y el tiempo es, sin más, tu pregunta.

Cabo de Gata, agosto 2012.

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