Quería ser coma, guión, acento. Quiso ser paréntesis, corchete, diéresis…Soñaba algunas veces con ser exclamación. Pero solo era eso, a pesar de las aspiraciones, aquel signo no lograba ser más que un triste punto y a parte.
Algunas tardes trataba de engañar a la cuartilla. “La pluma está recién plumada, la tinta seguirá su curso y seré por fin una coma acompañada”. Pero nunca, ni siquiera a veces, lograba tener a nadie a su derecha. Solo era eso, un punto y parte. Lo que seguía era siempre todo lo demás, otra cosa distinta. Distinto párrafo, distinta línea.
La soledad era aquello: marcar el cambio de contexto.
Los dictados de primaria habían agotado su paciencia. Siempre hubo errores comunes: la h intercalada de inhalar, la b o la v de baca o vaca, el diptongo o el hiato de las palabras raras. Pero nadie – ni siquiera el último de la fila empezando por el final- se había olvidado nunca de cambiar de párrafo tras aquel pobre punto y aparte. Y de nuevo, la soledad.
A veces pensaba en lo que vendría después. El final, el día en que después de él ya nada: no más mañanas, sin días siguientes, sin nuevos pronombres, adjetivos, verbos, pluscuamperfectos. Tenía miedo pero sabía que el paso siguiente a un punto y aparte, el futuro, su único destino, sería acabar siendo el punto y final.
Nunca tuvo tiempo para volverlo a pensar.
La vida tiene a veces esos giros de guión y aquel punto y aparte, logrando elevarse, disfruta ahora unido sobre la i latina, en la tercera sílaba de la palabra felicidad.