pensar que el cielo todavía planea marejadas,
que conspiran las nubes renovar armisticios con el agua;
presentir que vuelve para cantar el mismo pájaro
que solía acercarse sin tregua la primavera pasada;
saber que hoy, allá por las nueve, dejará la noche de caer
y subirá por fin nadando a reírse con alguna estrella apagada.
Me tranquiliza.
escuchar al pan gritar por las mañanas:
“¡qué nunca se acaben las fresas ni la mermelada!”
intuir que el aire algo seco sigue sin encontrar las palabras
para guardarse algún secreto y no contarle todo a las ramas;
soñar con monstruos y monstruas algo grises,
disfrutar sin prisa de las pesadillas que huyen recién levantadas.
Me tranquiliza.
no tener ni idea de quién eras cuando te pensaba
ni de lo que pude haber sido siendo solo una idea asustada;
creer que algún día aprenda a dejar de morderme las uñas
y que los gusanos acaben por dejarse crecer las pestañas;
pensar que con mi último diente volverá – algún día- cansada
la letra de aquella canción que solo algunas veces cantabas.
Me tranquiliza.
Me tranquilizo pensando que aquella noche por la boca huirá el pez
y ganarán solo las miradas que aprendieron a ser susurradas.