Migrantes que no migran

Hace 12 años que la madre de Pedro*, de 16 años, y Wilmer*, de 17, se fue a Estados Unidos a tratar de salir de la pobreza, a tratar de crear un futuro para sus hijos. Pedro y Wilmer llevan 12 años sin ver a su madre. Les conocimos la semana pasada, en el albergue de migrantes La 72 de Tenosique, en el estado mexicano de Tabasco, recién comenzando su camino por México hacia EEUU. Los dos esperaban con el oído sobre las vías para subirse al techo de los vagones de carga de un tren al que todos llaman La Bestia y del que todos cuentan brutalidades. Doce años después, Pedro y Wilmer van en busca de su madre empujados por la violencia en sus colonias, en su ciudad, en la ciudad más violenta del mundo: San Pedro Sula, Honduras.

Pedro y Wilmer no migran, huyen.

La semana anterior la madre de Pedro y Wilmer les lanzaba un mensaje de dolor en forma de ultimatum: “tienen que irse ya de ahí y venirse conmigo a los Estados”. Un mensaje cargado de miedo que surgía tras las última noticia de muerte: en mayo se encontraban los cadáveres de 8 menores de edad en la colonia La Padrera, la misma colonia en la que vivían Pedro y Wilmer.

– ¿Por qué les mataron?

– Por lo mismo de siempre, los chicos no se quisieron unir a las maras y les mataron.

– Y a vosotros, ¿también os quieren enganchar?

– Si, ya llevan tiempo insistiendo. Nosotros trabajábamos en el taller de nuestro padre, no queremos andarnos en líos, molestar a la gente. Pero ya era imposible. Por eso nuestra madre nos mandó marchar, porque si no entrábamos no nos iban a dejar en paz.

Barrio 18 es una de las pandillas más violentas que operan en Honduras y otros países centroamericanos, y vive en permanente disputa por el control de territorios y negocios como la venta de drogas con la Mara Salvatrucha, su principal rival. Uno tras otro, los testimonios que compartimos en los albergues con los jóvenes, hombres y mujeres de Honduras hablaban de los mismo: la violencia de las maras se les había hecho insoportable. Una violencia que deja un promedio de 15 muertos por día y que desde enero de este año ha acabado con la vida de 454 jóvenes. Una violencia que se materializa en el acoso, en la extorsión a través de lo que todos denominan el “impuesto de guerra” que sufren autobuses, taxis y pequeños comercios, en el miedo, en la muerte.

Pedro y Wilmer esperan el tren que 12 años después le reunirá con su madre. Allá arriba sufrirán y solo tal vez, llegarán a Los Estados. Pedro y Wilmer son migrantes que no migran, huyen. Porque huir de esta violencia más que una opción es una cuestión de supervivencia.

*Pedro y Wilmer son nombres ficticios. A ellos y a todas las personas procedentes de Centroamerica les hemos ido conociendo en los distintos albergues para migrantes de la frontera sur de México que estamos recorriendo con la muestra de cine comunitario del colectivo salvadoreño Cine De Plano.

 

 

 

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