Maca y yo viajamos casi seis meses juntas. Viajamos lento, lento como el silencio que contienen las palabras. India. Vivimos en un árbol, perdimos las maletas, los papeles, las vergüenzas. Reímos fuerte las desgracias. Aprendimos, nos entendimos ligero. Tardamos mucho en enfadarnos y apenas unos minutos para seguir entendiendo[nos]. Hablamos, hablamos mucho. Tanto que nos sorprendimos contando algún instante perdido de la infancia. “¿Cuándo te pasó eso?”. “¿No te lo había contado?”. Apenas nos dejamos secretos – alguno imprescindible para seguir viviendo, supongo. Vivimos profundo. Nos perdimos en moto, en bici, en barca, en lancha. Fuimos especialistas en rutas inexpertas. Nos perdimos siempre, todas las veces. Guatemala. México. El Salvador. Cruzamos un charco y llegamos a la furgo. Manolita. Compartimos las amigas de la infancia que llenaron mis abrazos. Nos subimos a un tren y muchas -tantas- veces lloramos. Perdimos la paciencia y siempre el camino de vuelta. El abrazo. Aprendimos, aprendí tanto. Fui mejor persona, la mejor versión de lo que soy, fui. De todo, ella siempre saca lo mejor.
Ayer siguió viajando. Llovía, llovíamos. Y pensé en el camino que [a un lado, al otro] siempre está de vuelta.
Un día, en alguno de los quinientoscuatro trenes que cogimos en India, me dibujó un retrato. Me lo llevo en el bolsillo. Siempre, todas las veces. Como ella, que existe, es un regalo.
Mi amiga Nati es una gran pequeña niña
que esconde un secreto relacionado con el mirar.
Sus ojazos oscuros, redondos y siempre tan abiertos,
sirvieron sin duda de inspiración
a los grandes dibujantes de animación japoneses.
Y si no fuera porque le gusta la ropa interior negra,
podría ser la Rosita
que todo Chico Terremoto,
sueña con convertir en su amada.
Ingenua y creativa
no te la puedes creer cuando se enfada.
Tiene el mal habito de blasfemar en inglés
y aunque esté realmente cabreada
me veo siempre obligada a girar la cabeza
para que no vea como se me dibuja una sonrisa
que podría aumentar sin duda su enojo.
Sencilla, transparente y con ganas de beberse,
viviendo en el mundo,
sin pretenderlo y solo por su estar,
hace que cualquier lugar y momento se conviertan en ese algo especial
que se hace recuerdo en tu memoria
Vence los pensamientos negativos con su mágica visión,
que le permite adivinar los colores que se esconden detrás de las sombras
Fija su exmiope mirada en los pequeños detalles
y esa sensibilidad tan suya,
le hacen mirar al mundo como el Cándido que Voltaire retrataba
pero con el determinismo y la fuerza
de saberse ùnica creadora de su realidad.
A medio camino entre el cielo y la tierra
y abrazando al futuro con un pie en las arenas movedizas del pasado,
consigue enfocarse en ese término medio al que todo ser aspira,
lejos de extremos,
en equilibrio.
Despistada y exagerada en sus reacciones
-no se reconoce en esa voz de pito, aguda y cantarina-
la sorpresa obnubila su mente
y el miedo solo le dura
lo que tarda en contarte la Gran Desgracia
que podría llegar a ocurrir
Porque es en realidad una enamorada del subjuntivo
y por ello el condicional tiene una cabida efímera.
Como sus emociones, que impermanentes,
sobrevuelan su cielo sin dañarla.
Y así camina, dejando que la vida le baile,
sabiéndose conocedora del ritmo
con el que el viento le acaricia y va moldeando.
Sencillamente genial
se hace imposible no quererla
incluso sin haberla conocido
Así que si te la cruzas, solo cierra los ojos
Su habilidad por conseguir que a su alrededor
siempre huela a jazmín
te hará reconocerla sin duda
Déjate mecer por su presencia
Y nunca le cuentes que adivine su secreto.
Recuperó la visión y ya no necesita arrugarse
para enfocarse en su estar.
Quiere seguir siendo niña
y solo esas rayitas alrededor de su ojos
delatarían sin duda su edad.