Me olvido de las cosas importantes y me acuerdo de los detalles que [parece que] no importan. Soy una despistada que vive apegada a la memoria. Si hay un olor, hay un recuerdo – cien sentimientos. No tengo remedio. Pero he decidido finalmente rendirme a esta tendencia mía al recuerdo con churros y al ensimismamiento, no porque cualquier tiempo pasado fue mejor, sino porque con cada memoria aparece una oportunidad para narrar el presente.
En la década de los setenta, un grupo de escritores e intelectuales se agruparon en Francia bajo el nombre común de Oulipo -acrónimo en francés para «taller de literatura potencial». Con un enfoque profundamente creativo, se apoyaban en el juego para crear literatura. Uno de los miembros del grupo más juguetón fue George Perec que, entre muchos otros juegos, escribió algunas novelas sin utilizar una de las cinco vocales o arrojó al mundo visiones tan frescas como su maravilloso libro La vida instrucciones de uso. Una de las técnicas que el grupo Oulipo propuso fueron los Me Acuerdo, que invitan a trabajar la memoria involuntaria, esa que se ocupa precisamente de los detalles y los recuerdos más insignificantes. El propio Perec escribió en 1978 Je Me souviens, un libro y cuatrocientasochenta anotaciones sobre sus recuerdos más minúsculos. Como él, han sido muchos los textos y muchos las y los autores que han tirado de los Me acuerdo.
Hoy este blog cumple cinco años y me acuerdo. Me acuerdo de que tres horas y media después de crearlo, estábamos buscando cerezos en flor en el Valle del Jerte.
Me acuerdo de la emoción al estrenar una goma de borrar Milán y de las ganas de cambiarla por otra cuando dejaba de ser nueva.
Me acuerdo de que un sábado yo, y otro mi hermano, a las 8 de la mañana nos turnábamos en preguntar ¿podemos levantarnos ya? para ver los dibujos animados.
Me acuerdo de que al inhalar el humo del cigarrillo, a mi abuela, que no tenía dientes, le desaparecían los mofletes.
Me acuerdo del Nolotil que mi otra abuela guardaba siempre en un bolsillo para sentirse a salvo de la muerte.
Me acuerdo del paño de cocina que me ponía sobre la cabeza y que meneaba de un lado a otro como si tuviera el pelo largo.
Me acuerdo de que una vez a la salida de parvulario mi madre me vino a recoger con un traje de cuadros rojos y negros y de que aquel día no hubo nadie en el mundo más hermosa que mi madre.
Me acuerdo de que lo que me gustaba de los zapatos de tacón era el ruido que rompía las aceras.
Me acuerdo de que un día empecé con mi manía de sumar los números de las matrículas para obtener con ellos el número más alto.
Me acuerdo de que los días de lluvia me mareaba menos en los coches porque me entretenía siguiendo el recorrido de las gotas de agua.
Me acuerdo de que un día estaba viendo la tele con mi muñeca al lado cuando decidí que ya nunca más volvería a jugar con muñecas.
Me acuerdo de que todos los sábados acompañaba a mi padre con el camión al “Lavado y Engrase” y de que nunca entendí que algo se limpiara y se manchara en el mismo lugar.
Me acuerdo de que me costó tanto aprenderme el abecedario que el pánico al profesor hacía que vomitase el desayuno todas las mañanas.
Me acuerdo de lo peor de heredar los libros de mi hermano era que la respuesta a los ejercicios siempre estaba mal.
Me acuerdo de que empecé a desayunar cereales con leche solo porque era lo que hacía la gente de la tele.
Me acuerdo de que unas veces bebíamos la marca de leche Ram y otras veces la marca Sam y de que yo nunca entendía que, llamándose casi igual, supiesen tan distintas.
Me acuerdo de que después de ir dos semanas a clases de mecanografía, me pasé varios meses mecanografiando mentalmente mis conversaciones.
Memorias de una despistada que voy guardando en este blog mochila.