Desde hace un tiempo, e invitada por el siempre maravilloso Pepo Jimenez (@Kurioso), colaboro con el equipo editorial de Pienso, Luego Actúo, una plataforma en la que contamos historias de personas anónimas que un día decidieron crear proyectos con los que dar un giro a sus vidas y llamar a la acción.
Esta es una de las historias que he publicado en #PiensoLuegoActúo
Hasta este lugar llegan antiguas estrellas del cine, del circo o de la publicidad que, superado el ocaso de sus años de gloria, son abandonadas o expulsadas de esa sociedad a la que nunca pertenecieron. Llegan hasta aquí también adultos separados de sus madres al nacer y a los que el trauma de vivir cautivos toda una vida les ha dejado secuelas físicas y psicológicas que permanecerán para siempre. Es el caso de Guille, que creció alimentándose a base de refrescos y patatas fritas y que dos años después de llegar aquí, por fin, pudo acostumbrarse de nuevo a beber agua. A este lugar mágico llegan los primates para volver a aprender a ser primates.
Dice Guillermo Bustelo, fundador y director de Rainfer, que él aquí también ha aprendido a ser más humano. “El estudio de los chimpancés es una forma de conocernos a nosotros mismos. ¿De dónde venimos? Me apasiona no solamente estudiarlos sino observarlos, ver sus conductas. Muchas veces me veo reflejado en ellos, en mis egoísmos, en mis necesidades”, explica. Guillermo iba para bioquímico, pero se convirtió en primatólogo. Lleva media vida dedicándose a recoger almas rotas, animales arrancados por la fuerza de su hábitat, para ayudarlos a recomponerse. Y para eso ha tenido la suerte de contar con su hija. Juntos, han crecido aprendiendo de los primates y de ellos mismos, de sus diferencias, de lo que les hace ser humanos: de ella, “su perseverancia”, dirá el padre, y de él, “su enorme generosidad”, dirá la hija.
Creciendo entre animales heridos
Los recuerdos de infancia de Marta Bustelo, directora técnica del centro, están llenos de “bichos”. “Era la casa de los animales más que de las personas. Siempre estaba llena de bichos, daba igual de qué especie. Al resto de compañeros les gustaba venir porque siempre había algún animalillo que teníamos recogido”.
Rodeada de “bichos” heridos, Marta creció aprendiendo a cuidarlos. “Mi padre tenía esa sensibilidad de recoger a un animal que estaba en malas condiciones, pero no tenía la capacidad de cuidar. Yo empecé a aprender a hacerlo, al empatizar con esos animales ves lo que les sienta bien y lo que sufren”, cuenta ella.

Poco a poco, el interés se fue centrando en los primates. Empezaron con una nave para los pequeños titís, que era el grupo con el que más se traficaba en aquel momento. Luego siguieron con animales más grandes: cercopitecos, macacos y sobre todo chimpancés, que son los animales que más apasionan a Guillermo por su proximidad a los seres humanos. Hoy el santuario cuenta con más de 130 primates de más de 20 especies distintas.
De los primeros contactos con primates, Marta recuerda las manos. “Recuerdo mucho respeto, en parte miedo. No saber cómo enfrentarme a un animal así y ver mucha similitud. Las manos tan parecidas a las nuestras. Como niña no sabía bien cómo tratarlos, te generan mucho respeto”. De los mejores momentos, Marta se agarra a cualquiera en el que alguno de los primates heridos logró superar traumas profundos. Todos los monos a los que el circo les quitó las ganas de jugar y que un día, después de años de trabajo y terapia, salieron afuera, saltaron, treparon, empezaron a gritar en libertad: monos volviendo a ser monos. “Nos ha pasado con varios chimpancés, no solo con Tarzán y Loti, con Guille también… Ese momento último que dan ese empujoncito. Las miradas, lo que te transmiten. Te sientes orgulloso de ellos, ¡olé!, lo habéis conseguido”.
La inversión de toda una vida
Guillermo y su familia han invertido en este lugar toda su vida: la juventud, las vacaciones, la energía, el dinero. Hace cuatro años se vieron al borde del abismo ante la posibilidad de tener que cerrar. Hagamos cuentas: todos los primates consumen mensualmente dos toneladas de frutas y verduras, además de piensos especiales, legumbres, pasta, arroz, lácteos, etcétera. En gastos veterinarios y medicamentos la suma aumenta bastante porque hay animales con trastornos crónicos que necesitan medicación de por vida. En total, el gasto mensual rebasa los 14.000 euros que, a lo largo de los más de 20 años de historia del centro, se han financiado a través de la empresa familiar de Guillermo y de una minúscula subvención pública.

Si hoy siguen adelante, si lograron superar el abismo del cierre, es gracias a su perseverancia y a la solidaridad de las personas que decidieron apoyar un lugar tan imprescindible como este. “Gracias a salir a la luz pública la gente empezó a ayudarnos para no cerrar: donaciones, crowdfunding,apadrinamientos… Gracias a ellos hemos podido salir y nos podemos gestionar”.
Ahora también consiguen financiarse a través de las visitas guiadas y educativas, una labor de sensibilización imprescindible para alejarnos de esa idea de que, bajo la etiqueta de mascota, vale todo.
Cuentan Guillermo y Marta que los primates que llegan aquí han sufrido maltrato de todo tipo. Primero, por haber sido forzados a vivir cautivos; después está el maltrato físico y psicológico. Son aislados del resto, enjaulados de por vida, obligados a desarrollar conductas que no son las propias: un mono mirando un móvil, un mono pidiendo un taxi, un mono bebiendo alcohol, un mono haciendo lo que le ordenan los humanos. Llegan con graves problemas de salud, con los cuerpos deformados, pero lo más difícil de superar, sin duda, son siempre las heridas psicológicas.
Son animales salvajes, no mascotas
La crítica a la cultura del mascotismo de animales salvajes no ha estado siempre clara o, al menos, no ha sido lo suficientemente visibilizada. Dicen que cada vez que triunfa una película con un mono como protagonista, aumenta la venta de estos animales. Los dueños se dan cuenta luego de que su cuidado es inabarcable y los encierran, los vuelven a vender o se deshacen de ellos. Solo si tienen suerte, acaban en refugios o santuarios como Rainfer.
Según la organización internacional WWF, el comercio de animales salvajes representa un negocio sangriento que mueve miles de millones de euros al año, un crimen equiparable por volumen de negocio al tráfico de drogas y armas cuyo riesgo «compensa» a los traficantes, por estar menos perseguido y penado que los dos anteriores.

Durante muchos años, la ubicación de Rainfer ha permanecido oculta. La idea siempre ha sido que fuera un lugar tranquilo y en paz para que los primates se rehabilitaran de la mejor forma posible. También estaba el peligro de los robos y de que los primates volviesen a caer en las redes de maltrato. Ahora que reciben visitas, es más difícil mantener oculta su ubicación, pero la seguridad con la que cuentan es mucho más fuerte.
El refugio está lleno de pequeñas microhistorias con nombres propios a los que una se engancha inmediatamente después de la primera visita o tras un paseo por su web. Está la historia de Borja, de Manuela, de Guille, Sammy, Lucy, Boris… y así, hasta los más de 130 primates que viven en este hogar hoy o que pasaron por aquí antes. Guillermo nunca olvidará a Lilí. Dice que fue la chimpancé más inteligente que ha conocido. “Su muerte me afectó mucho porque era una chimpancé con la que tenía un vínculo muy grande, la rescaté de pequeña de un zoológico. Me quería mucho, me gritaba cada vez que me veía. Se me murió en los brazos por una enfermedad contagiosa. Cuando se me murió me dedicó la última sonrisa”, recuerda Guillermo.
Nadie nunca va a poder devolver a estos primates la libertad que les arrebataron al sacarlos de su hábitat. Nadie podrá volver a hacerlos salvajes porque no podrían sobrevivir en un ambiente en el que nunca han estado. Pero existen lugares mágicos donde se dejan la vida por ayudarles a volver a ser primates. Hay esfuerzos que nos hacen ser más humanos.