Los solares. Las paredes ya sin cuadros. Hacia donde quedan mirando las ventanas. Sin ventanas, hacia donde las miradas. Siempre me gustó fijarme en los solares. Y en las hierbas que les van creciendo. Hierbajos les dicen, sin dejar de parecerme despectivo. Ayer mismo estuve cerca de media hora detrás de la plaza del ayuntamiento. Había quedado a las 9 y por una vez, tuve tiempo para los solares. Siempre fui de atardeceres sola. Sin paredes, sin ventanas sólo me quedaba mirar a las flores. Sin las puertas, se movían de un lado al otro con el aire. Qué sabrían ellas –ellos, si hierbajos- de los ruidos que escondían las paredes. De las voces, las juergas, los besos, las cenas, los polvos, los hijos. De los sueños. O quizás lo sabían todo. De cuando estambre y pistilo fueron uno allí, en aquel suelo. La cuestión es que las flores me miraban y seguían así de un lado al otro, sin ventanas, con la brisa del aire, sin las puertas.
A veces te miro y no veo ventanas. Queda el solar y se fueron los cuadros. Y es difícil echar de menos las paredes cuando sientes que lo único que importa es el solar. Y que ya vendrán las flores cuando crezcan. Te lo cuento y no me entiendes. O quizás lo entiendes todo. Pero no puedo evitarlo y te echo de menos.