Y ahora, ya de vuelta, podría terminar hablándote de las manos. Ya lo sabías, al final son esas las cosas que se quedan, los detalles y los roces, las caricias en los ojos. Y en Addis, como después que vino el norte, descubrí que en este lugar del mundo son los hombres los que aprendieron que el roce es el cariño y todo es más bonito -más humano, menos raro- si me das la mano. Y así siempre, tratando de buscarse en el contacto. Y sí, ellos, los hombres. Tal vez sin querer quererlo quise quedarme con aquello.
Podría seguir siguiendo con el verde y tratar de hacer comparaciones. Subiendo a Gondar luego en las Simiens. No hay matices que sirvan, hay colores que se mezclan dejando de encontrarse y después de los 4.400 metros el verde no es azul cielo pero sientes como te falta el aire. Y se hace intenso. Costó subir, hacía frío, hablamos poco y sólo con el sol tan cerca se hacía la sonrisa ancha y, sin mucha sombra, la mirada larga. No pensé ni tal vez soñé demasiado –para que engañarnos- pero llegar a lo alto, mirar abajo, sentir sintiendo sin aire y todo limpio, algo más puro…podría decirte que me dejó así como cantando.
Siguieron los verdes y yo “farangi” –para ellos blanca- entendí que aquello que siempre es picante llega un punto que arde. Y ardió la injera – siempre en la mesa- como ardió todo al juntarse. Me pasé entonces al pan y sin dejar de saber que de lo que come se crece, me empané hasta pasarme. Y así empecé a perderlo todo, sin los papeles, perderme mucho y tan contenta. Hablamos tanto sin entendernos, cuatro palabras de aquel amárico y todo llega, como siempre, después de la injera. También las risas y yo, sin dejar de serlo, fui algo payaso –ya me conoces- siendo farangi y cantando a medias. Reímos mucho – todos son gestos- y ya para entonces supe que en Etiopía todo está hecho. Origen de los principios e inicio de los recuerdos, bucle infinito de desencuentros.
Llegó y siguieron los ojos grandes, las cruces, las flores, las luces. Los bailes. Ya en Lalibela, siguió Selassie y los ras tafaris, las piedras en las iglesias, o viceversa. Siempre Tewodros y algo de Sabah y por supuesto, aquel patriotismo que sale entero. Y sin querer siguiendo llegaron las decepciones, aquel tipo de relaciones que creamos sin creerlas demasiado, aquellas que tal vez perdimos cuando robamos. Ya sabes, miles de años. El todo por dinero y el pedir pidiendo hasta cansarnos. Y hasta tal punto el cansancio que por momentos pensé que aquello y sin prejuicios sería una imagen que llevaría dentro.
Pero volvieron los amigos de los comienzos – Thomas y Bro- sonrisa limpia y sin miramientos. Llegamos a los cráteres, los lagos, la gente amable. Entramos en las casas, tomamos zumos y hablamos mucho, con las manos. Y ella y yo, las dos amigas. Llegó la música y más baile y, ya volviendo a lo del comienzo, podría ahorrarte mil razones y decirte que llego como el viento. Fresca sin ser fría, limpia sin ser más blanca y la sonrisa, más que siempre, ancha.