Anoche soñé que no volaba. Igual dejaba de volar que me caía y al tratar de salir planeando, las alas se rompían. Si soñar con dientes es soñar con dinero y soñar con muerte es soñar con vida, quiero pensar que dejar de volar solo rima con aquellos tiempos del final de la partida. Y sin embargo, aunque al jugar con cartas salen bastos y al lanzar las manos pesa el aire, no quería soltarte con esto que partida fuera lo mismo que el juego limpio de la huida.
Mientras despierta esta mañana de cielo segado y jueves de mayo, quería contarte tres cosas que siguen haciéndome pensar sin callar. Una, aquello de que volar no fuera nunca verbo irregular. Dos y recordarte que hace ya mucho que me cuesta conjugar la primera del plural y tres, que al final solo sueñas cuando, sin perder las alas, de volar te sobran las ganas.
Y ahora que ya son las dos y cuarto, también quería decirte que por mucho sueño, con tanto encierro y después de aquello, sigo creyendo que, sin volar, hace tiempo que dejé de tocar suelo.