Hoy hace cuatro años que se fue Ángel Gonzalez. Lo de quedarse o irse no son más que verbos reflexivos que con algunas personas significan lo mismo. No importa que te vayas si tu recuerdo, tu presencia y hasta tus ausencias permanecen. Se quedan.

A Ángel González nunca le conocí y sin embargo me contó su vida entera. Porque los versos no son más que lugares donde la vida se filtra con el disfraz de las palabras. Como la luz por debajo de las puertas.

Hoy, que ya vuelve a ser jueves, sigue sin llover y en Madrid los tejados deberían ser por fin Patrimonio de la Humanidad, me quedo un rato con los disfraces de Ángel. Sus palabras de encaje.

Me basta así

Si yo fuera Dios

y tuviese el secreto,

haría

un ser exacto a ti;

lo probaría

(a la manera de los panaderos

cuando prueban el pan, es decir:

con la boca),

y si ese sabor fuese

igual al tuyo, o sea

tu mismo olor, y tu manera

de sonreír,

y de guardar silencio,

y de estrechar mi mano estrictamente,

y de besarnos sin hacernos daño

-de esto sí estoy seguro: pongo

tanta atención cuando te beso;

entonces,

si yo fuese Dios,

podría repetirte y repetirte,

siempre la misma y siempre diferente,

sin cansarme jamás del juego idéntico,

sin desdeñar tampoco la que fuiste

por la que ibas a ser dentro de nada;

ya no sé si me explico, pero quiero

aclarar que si yo fuese

Dios, haría

lo posible por ser Ángel González

para quererte tal como te quiero,

para aguardar con calma

a que te crees tú misma cada día,

a que sorprendas todas las mañanas

la luz recién nacida con tu propia

luz, y corras

la cortina impalpable que separa

el sueño de la vida,

resucitándome con tu palabra,

Lázaro alegre,

yo,

mojado todavía

de sombras y pereza,

sorprendido y absorto

en la contemplación de todo aquello

que, en unión de mí mismo,

recuperas y salvas, mueves, dejas

abandonado cuando  -luego-  callas…

(Escucho tu silencio.

Oigo

constelaciones: existes.

Creo en ti.

Eres.

Me basta.