Qué me dices si de pronto, nos contamos un cuento;
el de aquel bajo, que de crecer, se creyó un instrumento.
Se dormía en las notas los martes que acababan en jueves,
despertaba tocando los cinco minutos que trepaban al viernes.
Se pensaba a sí mismo tripulante sin arco,
le juraba a los viento que nunca -en su vida- dejaría aquel barco.
Se rieron las cuerdas, le dejaron de lado;
y la batuta -de poco mando- le negó el escenario.
Salió entonces, despacio, la voz firme del violín susurrando:
«no les creas, no les cedas el daño; si te vas, si abandonas el barco,
el ritmo perderá melodía y, la música, acabará callando».
Y es ahora que el bajo acompaña a la contra y sin él:
ni escenario, ni batuta, ni barco.
Para Alba, diciembre de 2010